Karma en la playa

Ambos yacen a la orilla del mar, como flotando, sobre esa arena blanca que cubre la playa. Sus manos, casi se tocan, pero un muro invisible se interpone entre ellos.

El hombre, rubio, alto y fornido, con el cuerpo de aquel que en su juventud fue atlético y ella, rubia y pequeña, con una belleza madura. 

Él, con los ojos cerrados, parece dormir. Ella, amorosa, se levanta para acomodar la sombrilla y evitar que el sol lo queme en el rostro. Al sentir la sombra, él abre los ojos y la mira. Ella le sonríe, interpretando amor y ternura en aquella sonrisa que cree ver. Se acerca a su rostro y lo besa. El suyo un beso apasionado, el de él, uno frío, contrastante con el sol quemante. De pronto, él voltea el rostro y murmura dos palabras que se pierden en el viento—lo siento. 

Ella, se acerca a él para escuchar esas palabras que destrozarán su mundo y que romperán aquella burbuja de cristal en la que ha vivido los últimos veintinco años. 

—Quiero el divorcio— dice él, así, sin sentimientos, como el que pide una cerveza. Ella lo mira incrédula. No puede ser. Ellos son felices. Disfrutan su segunda luna de miel en aquella paradisíaca playa. 

—Estoy enamorado de de otra mujer. No podemos seguir juntos. 

—¿De qué estás hablando? ¿Qué clase de broma es esta?

—Entiende, ella es joven y me adora. Lo nuestro se terminó. 

Ella se levanta y sin decir más, rompe en llanto, mientras piensa en los últimos treinta años de su vida. No hay un solo recuerdo del que él no sea parte. 

Él permanece sentado, mirándola, sin decir nada. Así pasan treinta y tres minutos. Finalmente, ella levanta la mirada y sin decir nada se marcha, dejándolo solo. Él saca el móvil de su bolsillo y teclea un mensaje “Se lo he dicho. Al fin soy libre, amor mío.”

Ella regresa una hora después y él, incapaz de decir una palabra más, se levanta para caminar hacia el muelle. Regresa cuando el sol está a punto de caer. En la mesita, entre los camastros vacíos, sobre los móviles de ambos, un anillo de matrimonio, el de ella.

Antes de que él tenga tiempo de reaccionar, un grito atrae su atención hacia la playa, donde se congrega una multitud curiosa. Él empieza a buscarla entre todas las personas, tratando de recordar el color de su traje de baño. Lo hace al mismo tiempo en que la ve, enfundada en un bikini azul turquesa, en los brazos de un salvavidas que la sostiene en sus brazos. 

Él corre hacia ella, pálida e inerte. Dos hombres más tratan de reanimarla, pero el azulado tono de sus labios, como el mar, les dice que nada pueden hacer por ella ya. 

Él no puede creerlo, ella está muerta. El tiempo se hace nada. Una ambulancia llega, junto con dos policías que lo interrogan mientras ella es colocada en una bolsa negra sobre una camilla. Los policías le dicen que tiene ir que con ellos a la comisaría y lo escoltan a que junte sus cosas. 

Se calza las sandalias y se abotona la camisa. Empieza a recolectar las cosas de ambos, colocando todo en la bolsa de playa que ella ha llevado. Arroja el anillo a la bolsa, junto con el móvil de ella. Es entonces cuando ve que en el suyo hay un mensaje “Lo siento. Me he enamorado de otro hombre. No podemos seguir juntos. Entiende, él es joven y me adora.”

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