Entré a aquel café distraída y con un paso rápido. Un hombre de cabello blanco que sostenía un café en una mano y un croissant en la otra, se detuvo para darme el paso. No sé qué fue lo más me sorprendió de él. Si la caballerosidad con la que se comportaba, poco habitual en nuestros días o la tristeza que se reflejaba en su mirada. Qué curioso, sentí como si él y yo nos conociéramos. Déjà vu, le llaman los franceses. Qué hermosa palabra para nombrar esa sensación inexplicable de que has vivido antes un momento. Caminé al mostrador y pedí un café y un croissant. Fui a sentarme en una mesa del lado contrario del café. Saqué de mi bolso un libro y me concentré en mi lectura, hasta de que pronto una extraña sensación me hizo volver a la realidad. Me di cuenta, entonces, de que el hombre me observaba. Sonreí y seguí leyendo. Él no bajó la vista. Discretamente levanté la mirada y vi que tenía en su mesa una libreta y que con una pluma garabateaba. Yo lo observaba, preguntándome qué escribía. Se escuchó la campanilla de la puerta. Una mujer entró y ambos miramos al mismo tiempo. Él la vio solo por un segundo y regresó a su escritura. Así seguimos un buen tiempo y noté que cada vez que alguien entraba el volteaba. Si era un hombre inmediatamente bajaba la mirada, pero si se trataba de una mujer las miraba con mayor atención, por tan solo un segundo. A mí, en cambio, no paraba de observarme. Me resultó curioso. Por un instante pensé que era un conquistador, pero luego me di cuenta que su mirada, esa que se topaba con la mía y que sostenía cuando nuestros ojos estaban frente a frente, no tenía nada de lasciva. Era, por el contrario, una mirada tierna, como la de quien busca a alguien. Para ese momento yo ya me había olvidado por completo de mi lectura. Yo seguía observando al hombre, mientras él no cesaba de mirarme. De pronto nuestros ojos se cruzaron una vez más y yo sosteniendo la mirada, le sonreí. Él me regresó la sonrisa e inmediatamente tomó nuevamente su pluma y empezó, a escribir y después a dibujar.
De pronto él se levantó y caminó hacia el baño dejando la libreta abierta. No pude resistir la tentación. Rápidamente caminé hacia su mesa para echar un vistazo a sus notas y entonces justo ahí, en una hoja, vi mis ojos, tal cual como los miro cada mañana en el espejo. Leí entonces su escrito “Amada mía: Al fin puedo reunirme contigo. Temía encontrarme con la muerte y no reconocerte en el más allá, pues ha pasado tanto tiempo desde que te adelantaste, que no recordaba tus ojos ni el color de tu mirada. Hoy, finalmente, después de mucho buscar, la volví a encontrar y puedo reunirme contigo…” No terminé de leer pues escuché un gritó que pedía ayuda. En el suelo, yacía el hombre del cabello blanco…muerto y con una gran sonrisa en el rostro.
Puedes leer el texto de @AliciaAdam16 inspirado en la misma entrada de esta historia en: https://aliciaadam.com/2019/07/07/cafe-con-un-extrano-relato-corto/
Excelente texto. Me ha encantado como cierras. He sentido escalofrío.
Me ha gustado mucho hacer mi versión a partir de tu idea original. Gracias.
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Waoooooo que historia más increíble y bonita a pesar que la muerte esta involucrada.
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Es imprevisible y nostálgico. Crea una necesidad de querer saber qué pasó hace tiempo o, tal vez, angustia y tristeza. En definitiva, muchas sensaciones para un relato corto. Has llegado al alma. Enhorabuena.
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Muchas gracias, Olga. Te agradezco tus palabras.
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OMG, pero qué bueno. Me encantó. Es estupendo querida Maru👏👏👏👏
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Ah, y una lagrimita por ahí, se ha ido también😍😍😍
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Muchas gracias, J. Me alegro que te haya gustado. Ansío leer el giro que le das a tu versión. ¡Por favor!
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Claro que eso va, seguro. Ya me he emocionado😁😁
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¡Qué emoción!
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Una preciosidad Maru, me ha enganchado el relato desde que la chica ve al señor del pelo blanco y ya le parece educado y se atraen las miradas.
¿Sería su hija?
Qué desazón, me quedo con mucha curiosidad.
Genial, genial!!!!
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