El cielo se cubrió de colores. Sin sus gafas y con los ojos llenos de lágrimas, ella no atinaba a adivinar qué eran esas hermosas manchas coloridas que lentamente descendían sobre la calle. Finalmente, estuvieron lo suficientemente cerca para que pudiera tocarlas. Eran sombrillas de colores. La vida le había concedido cientos de paraguas, en tonos pastel, para protegerla de las tormentas de decepciones y de los aguaceros de tristezas. Nunca más volvió a llorar, bueno, solo de felicidad.
Lluvia de esperanza
