Había una vez…
El príncipe azul no entendía lo que pasaba en ese momento, y es que era un poco tonto. Ante él, Aurora discutía con sus padres, quienes le demandaban cumpliera con su destino y se enlazara con el gallardo príncipe que, con un beso, la había despertado del sueño en el que había estado sumida por cien años, junto con todos en el castillo.
Aurora, por su parte, exclamaba que aquel largo sueño la había hecho recapacitar sobre su vida y futuro. «Había pasado demasiado tiempo dormida», decía y ella, lo que en realidad deseaba, era hacer carrera como diseñadora de modas en París (¿o porqué creen que hilaba con la rueca?).
El rey y la reina se miraban sorprendidos, seguro era parte del hechizo, pues no era posible que aquella dulce princesa tuviera esas ideas por sí sola. Ambos imploraban por un milagro que la hiciera entrar en razón. Entonces, aparecieron las siete hadas madrinas de Aurora. Ellas, sabias y justas, escucharon las razones de ambas partes, mientras el príncipe Felipe las observaba confundido.
Después de horas de argumentos y de una larga deliberación, las hadas concluyeron que Aurora debía irse a vivir sus sueños. Los reyes se resignaron cuando notaron que Felipe se había quedado dormido y babeaba. Despidieron a Aurora y lanzaron al principito al bosque.
Un año después, Aurora presentó su primer colección en la semana de la moda en París. Los reyes y las hadas madrinas aplaudieron su éxito desde la primera fila. Felipe— quien fue uno de sus modelos —se casó con aquella bruja que había hechizado a Aurora. La estupidez del hermoso novio fue castigo suficiente para la malvada hechicera.
Al final, esa bella durmiente hizo sus sueños realidad.
…y vivieron felices para siempre. Fin.