Las luces artificiales siempre han tenido un extraño efecto en mí. Desde que era niño mami lo notó y por ello cubrió la pequeña ventana de mi habitación en el sótano de la casa. Para evitar que las luces en las aulas del colegio me irritaran, me educó en casa.
Pero no siempre estuve encerrado. Mami me dejaba que la acompañara al mercado del barrio y todas las tardes íbamos al parque. Solo teníamos que regresar a casa antes de que encendieran ¡las malditas luces!
Mi pequeño problema no me impidió tener amigos. Mami siempre procuró que yo tuviera compañía en mi cuarto de juegos y nunca me reñía, ni siquiera cuando tenía que llevárselos, cuando yo los callaba por sus gritos. Decían que temían a la oscuridad.
Hoy estamos en un sitio llamado hospital. Mami dice que es demasiado vieja para cuidarme y tiene razón. Desde hace años ya no me deja salir a la calle por miedo a que regrese con nuevos amigos. La última vez que traje a una chica se enojó mucho. Al entrar a este lugar me taparon los ojos y me llevaron a un quirófano. Dicen que me harán una lobotomía para curarme.
Quisiera verlo todo, pero la venda en los ojos me impide ver. Sé que me muevo en esta cama con ruedas. No resisto la tentación. Tengo que ver este lugar, aunque sea por solo unos segundos. Nos detenemos. Creo que voy a aprovechar para echar un vistazo. Lo primero que veo es una charola con una hermosa navaja afilada. Extiendo mi mano derecha para tocarla y sentir el frío de la cuchilla. Con la mano izquierda me quito la venda de los ojos y entonces algo ocurre…todos gritan. ¡No sé porqué, si es a mí a quien le molesta la luz!