Una luz para Malena

Sí. Era cierto. Estaba rota. La vida la había golpeado una y otra vez hasta dejarla completamente sola en el mundo. No había una sola persona a su alrededor que se interesara en ella. Ni siquiera sus múltiples compañeros de trabajo se preocuparon por su salud cuando cayó enferma de una extraña gripe que le duró meses y que la hacía estornudar cada tres minutos. Nadie se percataba de su ausencia, ni siquiera su jefe y es que claro, el nuevo conmutador electrónico hacía su labor de recepcionista cada vez más obsoleta. 

Cansada de su enfermedad, recurrió una vez más a un médico, el cual finalmente y sin mucho interés, le recomendó el aire del mar para mejorar, lo que que creía, era una alergia. Ella se preocupó. Si bien contaba con la herencia que sus padres le habían dejado y con sus ahorros —había llevado una existencia frugal que le permitía ahorrar la mayor parte de su salario—, no creía poder permitirse una vida en una ciudad costera. 

Meticulosa como era, empezó a investigar cuál era el valor de su pequeña casa y empezó a hacer indagaciones sobre propiedades en destinos de playa. Su sorpresa fue mayúscula al despertar el interés de un agente de bienes raíces por su casa, y es que estaba ubicada en una zona comercial en desarrollo. Fue extraño para ella recibir múltiples llamadas, pues rara vez su teléfono personal sonaba. No leía sus correos electrónicos, pues le encantaba ver que crecía el círculo rojo que indicaba el número de correos recibidos no leídos. 

Una mañana de domingo, el timbre sonó. Tuvo que escucharlo en múltiples ocasiones para darse cuenta qué era. Hacia al menos quince años que nadie tocaba a su puerta, desde la muerte de su madre. Recordó en ese momento a su dulce madre que murió de pena poco después del accidente que cortó la vida a su padre. Tan solo tenía veinte años cuando se quedó huérfana. 

Tres golpes a la puerta la regresaron al mundo; le era fácil perderse en sus divagaciones. Con temor, entreabrió la puerta y ahí estaba el curioso sujeto con el que había charlado en la agencia inmobiliaria. El hombre parecía emocionado y no era para menos. En la mano derecha llevaba un portafolios que contenía un contrato y un cheque. Malena no podía creerlo. Nunca había visto tal cantidad en un cheque dirigido a su nombre. El agente le explicaba que un millonario quería comprar esa propiedad por su grandiosa ubicación. Durante semanas habían tratado de hacerle una oferta por correo y por teléfono. El millonario, creyendo que era una cuestión de dinero había ido aumentando la oferta hasta llegar a ofrecer cinco veces el valor de la acogedora casa de Malena. Ella se preguntaba qué pensaría si supiera la verdadera razón por la que no había querido abrir sus correos. La decisión era sencilla, podía tomar el cheque y con él comprar una propiedad junto al mar. Tenía 24 horas para decidir. 

Malena pasó el día entero pensando en sus opciones. Se dirigió al ordenador y empezó a buscar propiedades en una playa que le resultaba idílica, era la misma a la que solía ir de niña con sus padres. Solo de ver las imágenes se sintió más cerca de ellos. Y entonces lo vio, un anuncio que ofrecía casa y un salario a cambio de un empleo. No era un empleo tradicional, era uno como guardafaros y la casa era el propio faro. Solo de verla, supo que ese era su sitio. Podría invertir su dinero y vivir de su empleo y siempre quedaba la opción de regresar a su ciudad. De inmediato, escribió un correo solicitando más detalles.

El alcalde del pueblo leyó con interés la carta que esa mujer escribió. No era un correo ordinario. Era uno muy bien escrito. Vaya si había recibido correos solicitando el empleo, pero en su mayoría eran de jovencitos con mala ortografía y que se adivinaba que solo querían el lugar para fines poco lícitos o indecentes. Esta mujer, sin embargo, hablaba por su admiración del faro, que decía, había conocido cuando era niña. Sin duda era algo curioso, una mujer joven y sola como guardafaros no era lo que el consejo del pueblo tenía en mente, pero algo le decía que ella era la indicada. De inmediato le respondió con las condiciones del empleo y le dio una semana para decidir si quería tomarlo. 

Tan solo leyó el correo, Malena llamó al agente de bienes raíces y fue a su oficina a firmar el contrato, depositó el cheque en el banco y respondió al alcalde de Villasaudade que aceptaba el empleo. De inmediato presentó su renuncia en su oficina y recogió sus cosas. Nadie se acercó a despedirse ni a preguntarle nada. Le tomó una semana empacar sus cosas, un poco de ropa y muchas fotografías de la época en que había sido feliz. Desde la muerte de su familia no se había vuelto a hacer fotografías. Encontró entonces, la vieja cámara de su padre y pensó en venderla, pero al final la empacó. Igual hizo con la caja de costura de su madre, pues le recordaba las tardes en que juntas se ponían a coser los diseños que Malena hacía. Vendió todos los muebles y compró un pasaje a Villasaudade. 

Al llegar, fue de inmediato al ayuntamiento y pidió hablar con el alcalde, al cual se había imaginado como un hombre gordo, sin cabello y con bigote, como son siempre los alcaldes de los cuentos. Por ello, menuda fue su sorpresa al encontrarse con un hombre más alto que lo que había sido su padre, con hermosos cabellos negros y rizados que le llegaban casi a los hombros. Malena no podía salir de su asombro. Aquel hombre tenía más facha de músico o artista que de alcalde. 

Lucas, el alcalde, quedó sorprendido al ver a Malena, a quien imaginaba como una mujer diferente. Ella, representaba menos años de los que tenía y estaba seguro de que sus ojos eran hermosos, aún cuando se ocultaban detrás de unos lentes de fondo de botella, los mismos que Malena había usado desde el colegio. 

Malena solicitó iniciar de inmediato con su empleo. No tenía sentido aplazarlo más y a Lucas, le pareció que esa era la señal que esperaba para confirmar que había tomado una buena decisión. Solo hicieron una parada en la tienda del pueblo, para comprar provisiones. El acuerdo era simple, una vez a la semana, alguien llevaría a Malena lo que necesitara, solo tenía que entregar cada semana la lista de la siguiente. Ella pensaba que ese acuerdo era fabuloso, pues nunca había disfrutado ir de compras y además, todo estaba incluido como parte de su salario. 

Los habitantes de Villasaudade estaban intrigados. Habían escuchado sobre la joven mujer a la que el alcalde había dado el empleo de guardafaros y las historias habían comenzado. Por ello, la dueña de la tienda del pueblo se sentía afortunada de verla antes que los demás. Al igual que Lucas, se sorprendió por su juventud y su timidez. Lucas y la señora Millán observaban a Malena que lentamente recorría los pasillos, examinando los productos y colocando otros en su canasta de compras. La señora Millán se acercó y le proporcionó una libreta y un bolígrafo para solicitarle su lista de la semana siguiente. Para Malena, tanta atención era extraña. Lucas había sido muy gentil, insistía que lo llamara por su nombre de pila y que lo tuteara. Él y la dueña de la tienda le habían insistido en que tenía que llevar todo lo básico para equipar la cocina de su nuevo hogar. 

Al terminar, Lucas y uno de los empleados llevaron los víveres al auto, mientras Malena observaba las curiosas tiendas que se ubicaban en la calle principal de la villa. Mientras admiraba el aparador de la tienda de antigüedades y especialmente un hermoso caballete para pintor, los dueños de las tiendas se asomaron a verla. Todos tenían curiosidad en saber quién era la joven mujer que había aceptado aquel solitario empleo. El dueño de la tienda de antigüedades, el señor Malaez, la observó y salió a su encuentro. Malena estaba sorprendida de que un vendedor se le acercara, en su ciudad natal, ni siquiera ellos le hacían caso y por eso odiaba ir de compras. Él le preguntó si ella pintaba y ella le respondió que no lo hacía desde los 20 años. Él tomó el caballete y se lo ofreció como regalo de bienvenida. Malena insistía en que no podía aceptarlo, pero el señor Malaez no aceptó su negativa y llevó el caballete al auto de Lucas. 

Al ver eso, el dueño de la papelería corrió a buscar lienzos y salió al encuentro de Malena para entregárselos y la llevó al interior de su tienda para que seleccionara las herramientas y pinturas. Ella estaba sorprendida. Nadie le había hecho regalos en muchos años. Al salir, se encontró con el dueño de la tienda de jardinería, quien tenía para ella una canasta con guantes e implementos para trabajar un jardín, así como semillas para iniciar un huerto. La dueña de la tienda de ropa corrió a darle un sombrero y un mandil de jardinería, así como uno más para la cocina. Lucas, sonreía al ver la sorpresa de Malena y agradecía a sus vecinos por su gentileza mientras trataba de acomodar todo en el auto. Finalmente, después de llenar el mismo con obsequios de la librería y de la florería, insistió a los vecinos en que no tenía más espacio en el auto, pero que podrían enviar después los presentes.

Malena subió al auto con una sonrisa poco común en ella. Hacía años que no sonreía. ¡La gente la había visto! Lucas condujo en silencio hacia el muelle, donde lo esperaba una barca. El capitán, se había ofrecido como voluntario para llevarla a su destino. Entre Lucas y él trasladaron todos los obsequios y las dos pequeñas valijas de Malena. Ella sintió el aire mover sus cabellos y recordó la alegría que sentía cuando viajaba en barco con su padre. Miró a Lucas y sonrió, sonrojándose a la vez. Después de un rato, llegaron al faro. La pericia del capitán permitió que se acercaran lo suficiente para que ella pudiera descender sin mojarse y los hombres procedieron a bajar las cosas. Lucas tomó una gran llave y abrió la puerta para dar a Malena la bienvenida a su hogar.

La casa del faro era acogedora y Malena se encontró con que estaba limpia y amueblada. Un jarrón con flores frescas estaba en la mesa, junto con una tarjeta de bienvenida, que Lucas le dijo, habían hecho los niños de la escuela para que la firmaran todos los habitantes del pueblo. En realidad, era una libreta con fotografías y mensajes de cada una de las familias de la villa. El pueblo estaba agradecido por tener a alguien que se hiciera cargo del faro. Algunos accidentes menores habían ocurrido mientras este había estado vacante y no habían podido organizarse para atenderlo. 

Malena encontró un precioso escritorio con suficiente papel y sobres para escribir cartas al mundo entero, pero ella no conocía a nadie a quién escribir. Entró a su habitación y vio que esta tenía una hermosa vista al mar, al igual que todas las ventanas de la pequeña casa. Las sábanas eran nuevas y tenían bordada una M, al igual que las toallas del baño, otro obsequio de la dueña de la tienda de blancos del pueblo, quien había organizado a todos para equipar el faro para recibir a una mujer, le explicó Lucas. Malena no podría creerlo. 

Lucas la acompañó a lo alto del faro y le explicó el funcionamiento de este. La labor era sencilla, Malena tenía que encenderlo al ponerse el sol y apagarlo al salir el mismo. Le explicó los problemas que podría tener y cómo podía solucionarlos. En realidad, era un trabajo simple y Lucas vendría a encargarse del mantenimiento una vez a la semana, mientras Malena aprendía a hacerlo ella sola. Malena estaba maravillada con la vista que el faro le ofrecía. 

El sol empezó a ponerse. Malena encendió el faro y Lucas le dijo que era tiempo de regresar a la villa, por la marea, pero que regresaría la siguiente semana con los víveres que había solicitado de la tienda. Malena los acompañó a la barca y pidió a Lucas que le hiciera una lista de las personas a las que tenía que agradecer por los presentes. Los dos hombres partieron y entonces ella se encontró sola en su nuevo hogar. 

No tardó mucho en desempacar sus valijas y en acomodar todos sus obsequios. Entró a la cocina y se dispuso a cocinar su cena. Mientras buscaba una olla, encontró una radio y la encendió. Recordó los momentos que solía pasar con su madre, preparando la cena y escuchando programas de radio. Tendría que recordar las recetas de su madre. Contraria a su costumbre de cenar todos los días pollo o pescado asado con verduras al vapor, la variedad de productos de la tienda de la señora Millán la había invitado a seleccionar una variedad de vegetales y alimentos para preparar diferentes recetas. Sonrió al tener listo un arroz con vegetales y pollo, receta de su abuela. Decidió celebrar con una copa de vino, obsequio de la señora Millán. Brindó por la oportunidad que la vida le daba de recuperar su salud y de reinventarse. Se dio cuenta de que casi no había estornudado desde el momento en que llegó a Villasaudade.

A la mañana siguiente, despertó al alba para cumplir con sus labores. Apagó el faro e hizo la revisión que Lucas le había recomendado. Fue entonces que se dio cuenta de que tenía todo el día libre para ella. Metódica y organizada como era, se sentó a organizar su semana. No podía dedicar sus días al ocio. Encontró una hermosa agenda de piel, obsequio de la maestra de la escuela y se dispuso a distribuir sus actividades. Tomó la tarjeta de la maestra y decidió escribirle una carta de agradecimiento, a ella y a todos los habitantes de la villa que le habían hecho obsequios. No se le ocurría un mejor uso para la hermosa papelería que le habían obsequiado. 

Dedicó parte de la mañana a hojear el libro de habitantes y empezó a escribir notas de agradecimiento. Sabía que le tomaría un poco de tiempo completar esa labor, pero estaba decidida a hacerlo. Después de un par de horas y tal como lo indicaba su agenda, salió al jardín y empezó a trabajar en su huerto. Siguiendo las instrucciones de un libro que le habían obsequiado, labró la tierra y empezó a sembrar las semillas, cuidando de etiquetar cada zona. Le hacía ilusión saber que en algunos meses podría cosechar sus propios tomates y hierbas para cocinar. 

Alrededor del mediodía su labor estaba terminada, por lo que tomó el caballete y un lienzo. Trazó entonces un boceto del faro y de la casa. Se decidió por usar acuarelas. Cuando la tarde empezó a refrescar, regresó al interior de la casa, satisfecha por su labor. Empezó con los preparativos de su cena y mientras el pollo estaba en el horno, se sentó a leer un libro de los que le habían dejado. Era una hermosa novela de Jane Austen, las favoritas de su mamá. Cuando el sol empezó a ponerse subió a cumplir con su labor y con una taza de té en la mano, se sentó en lo alto del faro a contemplar el atardecer. Los tonos del sol combinados con lo azul del mar la hicieron llenarse de gozo. Decidió que un día pintaría ese atardecer. Después de la cena, se fue a la cama y por primera vez, desde la muerte de sus padres soñó con ellos riendo y abrazándola. 

La semana de Malena transcurrió entre actividades diversas y tan rápido que muy pronto llegó el sábado y justo cuando estaba plantando flores en el jardín, vio un pequeño bote que se acercaba. Mientras lo hacía, Malena pudo observar con detenimiento a Lucas. Era un hombre joven y alto. Su cabello volaba con el viento. Cuando lo vio más cerca, se acercó para tomar el lazo y atar el bote a su pequeño muelle. Lucas la saludó con entusiasmo. Malena se preguntó porqué era soltero. Lo había descubierto en el libro de habitantes de la villa. Él aparecía solo en su fotografía, sin familia. Lo ayudó a bajar los víveres y lo invitó a tomar una taza de té. Ambos se sentaron en la mesa de la cocina. Luego subieron al faro y empezó a aprender del faro. Malena, venciendo su timidez le preguntó si era habitual que un alcalde de pueblo conociera tanto sobre el funcionamiento de faros y entonces Lucas le explicó que él había vivido en ese mismo faro cuando era niño. Su padre era el responsable del faro y ahí había crecido él, junto con sus padres hasta los siete años, cuando su padre había sido nombrado alcalde. Su familia había fallecido cuando Lucas era muy joven y sin más parientes en el mundo, se había quedado en la villa trabajando como asistente de alcaldía, hasta ocupar el puesto que había enorgullecido a su padre. Malena se sintió identificada con él y le contó sobre su familia. 

Cuando el sol empezó a ponerse, ambos encendieron el faro y Lucas le recordó que tenía que irse antes de la marea. Malena le entregó la lista de víveres de la siguiente semana y un paquete de cartas para los habitantes de la villa, cuidadosamente envueltas en un plástico transparente y atadas por una cinta rosa. Se despidieron y Malena lo observó hasta que el barco se perdió en el horizonte. Entró entonces a preparar su cena y empezó a abrir los paquetes que Lucas había llevado. Había muchos regalos más del pueblo, incluyendo un delicioso pan con hierbas. Tenía más cartas de agradecimiento que escribir, pero eso la alegraba. La escritura había sido difícil al comienzo, pero pronto se sentía más cómoda con sus palabras. 

Un día, a mitad de la semana, Malena terminó su primer cuadro. Si bien no era la obra de un artista, se sintió satisfecha por haberlo creado. Decidió colgarlo justo enfrente de su pequeño escritorio. Preparó un pequeño lienzo y empezó con el boceto de las flores de su jardín. Esta vez utilizaría oleos. Así transcurrían sus días, entre flores y pinturas, entre cartas y cocina. Siempre cuidando de ser puntual en sus labores del faro. La siguiente semana Lucas llegó más temprano. La sorprendió cuando Malena preparaba el desayuno y lo invitó a compartir la mesa con ella. Él le contó de sus juegos de niño y ella sobre su infancia con sus padres. El día se les hizo corto y cuando Lucas se fue le dejó una carta más, adicional a las que le habían mandado varios de los habitantes que habían recibido una nota de Malena. Esta carta era de él, en respuesta a la carta que Malena le había escrito. 

Por primera vez en su vida, Malena tenía correspondencia. Se sintió un personaje de novela teniendo que programar tiempo en su agenda para responder correspondencia. Se sintió muy feliz. Estaba ansiosa por leer la carta de Lucas, pero decidió esperar hasta después de la cena. Le hacía gracia que él le hubiera escrito. La carta estaba muy bien escrita. Lucas tenía una hermosa caligrafía y sus palabras eran cálidas y amables. Malena se sorprendió a sí misma respondiendo de inmediato. Y en ese momento inició un diálogo entre ambos a través de su correspondencia. Y no solo con Lucas. Muy pronto Malena conoció la historia de la señora Millán, Adelina, quien disfrutaba de cocinar platos exóticos y compartía recetas e ingredientes con Malena, a la vez que le contaba historias sobre su esposo, fallecido muchos años antes. 

Por su parte, Alicia, la profesora de escuela la hacía reír con las historias de sus alumnos, quienes siempre aprovechaban las distracciones de Alicia para poner un dibujo o algún mensaje secreto para Malena en las orillas de las cartas. Malena admiraba a Alicia, quien era una mujer tenaz que había roto su compromiso con su novio de toda la vida, cuando este la había golpeado una noche que estaba pasado de copas. Alicia, en contra de sus padres y familia, rompió de inmediato su compromiso y se fue de su pueblo, llegando así a Villasaudade. En sus cartas, le contaba a Malena que todos la habían tachado de exagerada y hasta la habían repudiado, hasta que aquel hombre había matado a la pobre mujer que aceptó ser su esposa después de Alicia.

Muy pronto, Malena se hizo de algo que nunca había tenido, amigos. A través de las cartas conoció poco a poco las historias de las personas que solo había visto un instante o de las que solo conocía sus rostros a través de fotografías. Conforme pasaban las semanas, su lista de correspondencia creció. Las personas de la villa empezaron a querer a Malena y todos se preocupaban porque Lucas llevara sus cartas cada semana. Lucas, esperaba con ansias sus visitas sabatinas y cada vez llegaba más temprano para pasar el día con Malena.  

Las semanas se hicieron meses y muy pronto Malena cumplió seis meses en la casa del faro. Su salud, al igual que sus dotes artísticas habían mejorado. Ella misma se sorprendía de la calidad de los cuadros que adornaban sus paredes. Se sentía finalmente segura para pintar aquel atardecer. Cambió sus horarios y todas las tardes subía al faro a admirar los colores del atardecer, hacía bocetos y pruebas de mezcla de colores. Secretamente, planeaba pintar ese cuadro para Lucas. En sus cartas, él le platicaba sobre su vida en el faro, las actividades que hacía con su madre y las tardes en las que los tres se sentaban a admirar el atardecer. Era curioso, sus conversaciones sobre sus familias se daban por escrito. Cuando ambos estaban juntos pocas veces hablaban sobre sus pasados y más bien hablaban sobre sus gustos y el presente. En carta, Malena se atrevía a contar a Lucas sobre sus sueños, cada vez más vívidos y felices y en una de esas cartas, Lucas le contó la tragedia más grande que había vivido.

La verdad es que Malena tenía curiosidad en saber más sobre la vida de Lucas, especialmente después de leer las cartas de varias personas que hacían referencia a la bondad de su carácter, a pesar de lo que había vivido. Malena no se atrevía a preguntar más. Temía que la tacharan de curiosa. Y no se atrevía a preguntar a Lucas, ni en persona ni en carta. Pero un sábado en el que ella se había arreglado especialmente para recibirlo y que había preparado una deliciosa torta para el desayuno, Lucas no apareció. En su lugar el capitán trajo los víveres junto con la correspondencia y subió a revisar el faro. Malena trató de ser amable, pero estaba decepcionada. Al final, el capitán se retiró de inmediato. Ella le entregó la correspondencia y preguntó por Lucas, pero el capitán solamente le dijo que él no había podido asistir ese día.

Malena corrió a revisar la correspondencia. Seguramente él habría mandado una nota explicando la razón de su ausencia, pero no había una sola carta de Lucas. Era la primera vez que él no le escribía. Malena lloró toda la tarde y cuando subió a prender el faro, lloró de nuevo. Ese día no pudo pintar. Su semana fue muy triste. Revisó la correspondencia tratando de encontrar noticias sobre Lucas, pero nadie lo mencionaba. Era extraño, en las cartas siempre había referencias a Lucas y esta semana era como si él hubiera desaparecido. El siguiente sábado, el capitán llegó nuevamente alrededor del mediodía. Una vez más, no hubo carta de Lucas. Malena llevaba en su bolsillo una carta para Lucas y se preguntaba si debía entregársela o no al capitán. Toda la semana lo había pensado y una y otra vez había intentado escribirle una carta. Justo cuando el capitán subió al bote, Malena se atrevió a sacar la carta y se la entregó. 

Toda esa semana, no pudo pintar. El siguiente sábado ella estaba en la cocina preparando su desayuno cuando vio a Lucas mirándola en la ventana. Se veía triste y muy delgado. Malena abrió la puerta y él la abrazó por vez primera. No se dijeron nada, solo se quedaron así un buen rato. Se sentaron y desayunaron en silencio. Después subieron al faro y hablaron solamente de lo que ella debía aprender. Lucas se quedó toda la tarde con Malena. Platicaron del pueblo y de las pinturas, de todo menos de la razón de su ausencia, ni de la carta de Malena. Antes de irse, Lucas le preguntó porqué había dejado el cuadro sin terminar y ella mintió diciendo había estado ocupada con otras labores. Lucas se despidió de ella dándole un beso en la mejilla y se fue.

Malena estaba confundida, se preguntaba si había hecho o dicho algo que lo lastimara. Toda la tarde pensaba en sus palabras y cuando la noche cayó, tomo el paquete de correspondencia, una taza de té y subió al faro. Al abrir el paquete ahí estaba, una carta firmada por Lucas. 

Era una carta distinta. No solo por el tono, sino también por la caligrafía. Era la respuesta a la carta que Malena le había enviado y en la que le explicaba la razón de no haberla visitado un par de semanas. Era la historia de Lucas y su esposa. 

Malena se había quedado helada cuando leyó que Lucas tenía esposa. En ningún momento lo había imaginado. Él nunca hablaba de ella ni usaba alianza matrimonial. Por un momento se sintió decepcionada. Muy en su interior había desarrollado sentimientos por Lucas y había pensado que podrían convertirse en algo grande. 

Lucas le contaba en la carta cómo se había enamorado desde niño, de una de sus vecinas. Una joven dulce y soñadora. En su juventud se habían casado, poco después de la muerte de los padres de Lucas, pero ella había empezado a cambiar después. La vida les había negado el tener hijos y de pronto, la dulce joven se tornó violenta. Ya no era una chica soñadora. Era una mujer agresiva que celaba a Lucas, quien no alcanzaba a entender ese cambio. Los padres de Lucero —ese era su nombre— no lo entendían tampoco. Un día, Lucero golpeó a la esposa del pastor del templo que había ido a visitarla. Si bien las heridas no eran graves, sí provocaron que se iniciara una investigación. El jefe de la policía apreciaba a Lucas por lo que, en vez de encerrar a Lucero en una celda, la envió al hospital a ser revisada. La decisión fue buena. Ella estaba fuera de sí. En su euforia atacó a dos enfermeras, un médico y un agente de seguridad. El diagnóstico fue simple y devastador, esquizofrenia. 

Lucas y los padres de Lucero quedaron desolados, especialmente al saber que el nivel de la enfermedad le impedía regresar a su hogar. Lucas se negó a aceptarlo y regresó a Lucero a casa, convencido de que con medicina y amor podrían curarla. No fue posible. Un día ella lanzó por las escaleras a la enfermera que la cuidaba, así es que los padres de Lucero convencieron a Lucas de internarla en un hospital psiquiátrico. 

Aquella historia había ocurrido veinte años atrás. Todos, incluyendo los padres de Lucero habían tratado de convencer a Lucas de tramitar la anulación del matrimonio, pero él se había negado. Lo único que había dejado de hacer, era usar la alianza matrimonial. Los médicos les impedían incluso ver a Lucero, quien se había tornado cada vez más agresiva. 

Una vez al año, Lucas viajaba a las montañas y visitaba a Lucero. Cada año había sido peor. Ella era incapaz de reconocerlo y estaba totalmente ausente de la realidad, pero este año su viaje se había adelantado al recibir noticias de los médicos. Sumado a su padecimiento, Lucero padecía una enfermedad incurable que muy pronto acaba con su triste vida.

Lucas se debatía entre la posibilidad de llevar a Lucero a casa o mudarse cerca de ella. En su carta le decía a Malena que Lucero no merecía morir sola. Malena lloró toda la tarde por una mujer que no conocía, pero que bien podría ser ella, por Lucas y por ella misma. No recordaba haber llorado tanto en su vida. Esa semana no escribió una carta para Lucas.

El siguiente sábado lo esperaba en el muelle, al alba y en cuanto lo vio se lanzó a sus brazos. Lloraron juntos y pasaron el día en silencio. Lucas sonrió cuando vio que la pintura de Malena estaba terminada. Era aquel atardecer de su infancia. Antes de irse, Malena le dio la pintura y le pidió que se la llevara a Lucero. Tal vez lo acompañaría en su viaje y lo haría extrañar menos su hogar. Y tal vez, con eso, la recordaría.

Malena se dedicó las siguientes semanas a organizar a sus amigos para escribir a Lucas. Él no debía sentirse solo, ni lejos de su gente. Escribía cartas de varias páginas contándole a Lucas sobre sus plantas. Empezó a cultivar sus hortalizas y pasaba horas preparando salsas y aderezos. Fernando, el capitán sonreía cuando veía los pedidos de frascos y listones, para los cuales ella incluía su propio dinero. Malena estaba decidía a hacer regalos de Navidad para todos sus amigos en Villasaudade. 

En uno de sus viajes, Fernando se había sincerado con Malena y le había contado la historia de su esposa, quien había fallecido al dar a luz a su primer hijo. La muerte del amor de su vida lo había dejado devastado y solo gracias a Lucas, decía, no había enloquecido. Por ello, cada sábado pasaba el mayor tiempo posible realizando las tareas que Lucas hacía normalmente en el faro y hasta almorzaba con Malena.

Las semanas pasaron y en sus cartas, Lucas describía el deterioro de Lucero. Lucas le había contado que el cuadro que ella había pintado estaba colgado en la habitación de Lucero, en la cual él pasaba días y noches. Leía a Lucero las cartas que todos sus amigos enviaban, incluidas las de Malena. Le leía poemas, que luego compartía con Malena en sus cartas y la tomaba de la mano, tratando de hacerla sentir acompañada.

Los padres de Lucero estuvieron en esa misma habitación las dos últimas semanas de la vida de Lucero. En su última noche, ella abrió los ojos y miró a Lucas con la misma mirada que le daba cuando eran unos adolescentes y dijo: «Siempre me gustó ese faro. Es un lugar mágico. Tienes que ir ahí cuando esto acabe. Es el único lugar donde podrás recuperarte, Lucas. Ve ahí y sé feliz», y entonces cerró los ojos y volvió a dormir, dejando a Lucas y a sus padres perplejos. A la mañana siguiente, abrió nuevamente los ojos, tomó las manos de sus padres, les sonrió y se fue para siempre.

La noticia llegó a Villasaudade de inmediato. Malena recibió la noticia un lunes por la tarde de voz del propio Fernando, quien de inmediato fue a avisarle, pero que no pudo quedarse mucho tiempo por la marea. Malena se sintió por primera vez desde su llegada, atrapada. Deseaba tanto estar al lado de Lucas y confortarlo, pero nada podía hacer. Fue entonces cuando se dio cuenta de su soledad y lloró, por ella, por sus padres ausentes, por Lucero y por Lucas. 

El cortejo fúnebre llegó un par de días después, directamente a la pequeña iglesia donde todos se reunieron para despedir a la esposa de Lucas. Lo hacían por él y por los padres de Lucero. Mientras escuchaba las campanas que anunciaban la proximidad de las exequias, escuchó un motor. Era la barca de Fernando, quien esta vez usaba un traje. Rápidamente corrió a ponerse un vestido negro y su mantilla, y subió al bote, agradecida con aquel hombre que se había convertido en un buen amigo.

Llegaron a la capilla justo antes del inicio del servicio y se ubicaron en dos lugares vacíos al fondo de la iglesia. Malena se pudo percatar de que todos la miraban y la saludaban discretamente con ligeros movimientos de mano. Todos sabían quién era ella y ella sabía quiénes eran todos gracias a las fotografías que la habían acompañado en su soledad durante todos estos meses.

El servicio fue tal y como sus amigos le describían en sus cartas. El párroco se quedó dormido a mitad del sermón y todos rieron. Contrario a lo que se esperaría de un funeral, los padres de Lucero no lloraban. Se habían resignado a la pérdida de su hija años atrás. Lucas lucía serio pero fuerte. El servicio se convirtió, entonces, en una oportunidad para recordar a una Lucero que los había abandonado años antes. Sus padres, Lucas, los primos y amigos de Lucero que participaron en la elegía, contaban historias de aquella niña dulce que había sido feliz. 

Al final, salieron rumbo al pequeño cementerio de Villasaudade. Lucas había elegido una fosa a la orilla del camposanto, justo de frente al faro que Lucero había recordado en sus últimos momentos de lucidez. Justo antes de que terminara el funeral, Malena vio la hora y miró a Fernando. Caminaron rápidamente hacia el barco y ella regresó justo a tiempo para cumplir su labor. Se sentía más tranquila por haber asistido al funeral, pero lamentaba no haber podido hablar con Lucas. Pensó que ya tendría tiempo de verlo el sábado. Solo faltaban tres días.

Cuando Lucas llegó, se encontró la puerta de la casa de Malena abierta y a ella en la cocina preparando el desayuno. Ninguno dijo una palabra, solo se abrazaron y lloraron por varios minutos. Se sentaron a la mesa y desayunaron. Al terminar, ambos levantaron la mesa, lavaron y guardaron los platos. Salieron después al jardín y ahí rompieron el silencio. Lucas admiraba el huerto y Malena le mostró las conservas que había preparado como regalos de Navidad. Más tarde, subieron al faro y ahí, frente a dos tazas de té, Lucas platicó a Malena sobre los últimos momentos de Lucero y le confesó el alivió que ahora sentía, ella ya no sufriría más y lo había perdonado. Le agradeció por aquel cuadro que había regresado a la frágil Lucero a la cordura, aunque fuera por solo unos instantes, pero que habían servido para confortar a Lucas y a sus padres. 

Cuando llegó la hora, Lucas se fue a casa dejando a Malena sonriente despidiéndole desde la puerta de la cocina. La semana se le fue volando. La Navidad estaba cerca y ella quería terminar todos los regalos. Además de las conservas, había algunos regalos especiales para sus amigos más íntimos (la palabra “amigos” le hacía tanta ilusión) y es que, a través de las cartas, Malena se había vuelto muy cercana a Adelina Millán y a la profesora Alicia. Ambas se habían convertido en amigas entrañables, entre recetas de cocina y anécdotas graciosas. Fernando, que tan serio era en su trato, era un hombre al que Malena había aprendido a apreciar y desde luego, estaba Lucas, su salvador. Para cada uno de ellos, Malena elaboró un regalo especial: una bufanda para el capitán, una pintura del faro para Alicia, un mandil bordado para Adelina y para Lucas un sweater, que ella misma tejió con ilusión. 

Una a una, Malena preparó las tarjetas navideñas para las diferentes familias. Lo único que añoraba era no contar con un árbol de Navidad, no se atrevía a pedir uno a Lucas, quien le había llevado decoraciones para la cabaña. Malena empezó entonces a hacer algo que no había hecho en años, añorar una celebración navideña, aunque sabía que eso no era posible. La semana previa a la Navidad, entregó a Lucas y al capitán las cajas llenas de obsequios y los que había preparado especialmente para ellos. Ninguno dijo nada especial, solamente la abrazaron y se llevaron todo en silencio, dejando detrás de sí, un par de cajas con víveres, algunos obsequios y la correspondencia, que en esta ocasión incluía muchas tarjetas y algunos dulces, obsequio de sus vecinos.

La víspera de Navidad Malena cortó flores frescas de su jardín y empezó a preparar su almuerzo siguiendo la receta e instrucciones de Adelina Millán, con los ingredientes que ella le había enviado. Se trataba de un pavo que ella pensaba que era demasiado, pero no podía despreciar el obsequio de su querida amiga, por lo que se prometió congelar lo que quedara en pequeñas porciones para comerlas a lo largo del año. Justo cuando metía el ave al horno, dos golpes en la puerta de la cocina la hicieron sobresaltarse y entonces esta se abrió, dejando ver un gran árbol de Navidad y detrás del mismo a Alicia, Adelina, Lucas y Fernando, quienes le sonreían cargados de cosas. 

Malena gritó y lloró de la emoción, como no lo hacía desde que era una pequeña niña. Todos se abrazaron y entraron a su pequeña cabaña. Como si fueran amigos de toda la vida, empezaron a trabajar en los preparativos de la cena. Adelina y Alicia corrieron a la cocina para poner en el horno los guisos que traían preparados, mientras Lucas y Fernando colocaban el árbol y desempacaban los adornos. Malena corrió a ponerse un lindo vestido que ella misma se había hecho, antes de servir el ponche que Adelina había preparado para la ocasión con la receta secreta de su esposo y todos se reunieron en la sala para poner el árbol. De inmediato, Alicia prendió el radio de la sala y la casa se llenó de música y risas. A pesar de que era la primera ocasión en que los cinco estaban juntos, era como siempre hubieran sido una familia.

Fernando recordó la tradición de su familia de mencionar algo por lo que se estaba agradecido mientras se colgaban los adornos en el árbol. Uno a uno, todos fueron mencionando las cosas por las que sentían agradecidos y todos coincidían en lo que este grupo significaba ahora para ellos y daban gracias a la vida por haber puesto a Malena en sus vidas.

Malena no podía creer cómo ella podía haber significado tanto para ese grupo de personas y entonces lo entendió. Todos ellos compartían cosas en común, historias de soledad y abandono. Los cinco eran almas solitarias y sobrevivientes de historias dolorosas. Todos habían perdido a alguien y habían encontrado la fuerza para sobrevivir. 

Cuando el sol empezó a ponerse, Malena salió en silencio y subió a encender el faro. Mientras miraba al horizonte, agradeció a sus padres por haberla llevado a ese lugar. Estaba segura de que, desde donde ellos estaban, estarían felices por ella. Inclusive su salud había mejorado por completo a la orilla del mar. Una lágrima se asomo de sus ojos y entonces sintió la presencia de Lucas que colocaba un chal sobre sus hombros. Ninguno de los dos pudo decir nada, solo se abrazaron y lo supieron.

Cuando ambos regresaron al comedor, la mesa estaba puesta. Alicia y Fernando charlaban muy cerca uno de otro junto al árbol, mientras que Adelina los observaba con una sonrisa en el rostro desde la puerta de la cocina. Cuando su mirada se topó con la de Malena ambas rieron. La cena se prolongó hasta el amanecer. Todos subieron al faro a ver la salida del sol. Lucas tomó la mano de Malena.

Un año después, las campanadas de la iglesia de Villasaudade sonaron en punto de las doce del mediodía. Todo el pueblo estaba reunido para un acontecimiento único. Al pie del altar, el párroco sonreía a los dos jóvenes que esperaban ansiosos a las mujeres con las que se casarían. Por primera vez se oficiaba en el pueblo una boda doble. La marcha nupcial sonó. Adelina sonreía orgullosa en medio de las dos radiantes novias vestidas de blanco, Alicia y Malena.

Cuando Adelina hubo entregado a las dos chicas que consideraba como sus hijas, tomó su asiento junto a Rodolfo, el nuevo juez del pueblo, un viudo que frecuentemente cenaba en su casa. La vida había cambiado para todos. Malena y Alicia intercambiaron miradas de complicidad antes de concentrarse en los hombres a los que desposarían. Lucas tomó la mano de Malena y le dijo casi en un susurro: «Creo que lo mejor que he hecho como alcalde fue darte ese empleo en el faro». 

Malena y Lucas vivieron a partir de ese día en la casita del faro, la cual se convirtió en su hogar y el de su hija, Luz, quien adoraba recibir la visita de su abuela Adelina, su abuelo Rodolfo, sus tíos Alicia y Fernando y su primo Jonás. Cinco años después, mientras los miraba a todos sentados alrededor de la mesa del jardín, Malena sacó la vieja cámara de su padre e hizo una fotografía. El faro le había mostrado la luz. Ya no estaba rota y nunca más estaría sola. Caminó hacia la mesa y abrazó a su esposo Lucas por la espalda diciéndole al oído: «¿Me acompañas a encender el faro?».

14 comentarios sobre “Una luz para Malena

  1. Me gustó cómo presentas las diferentes maneras de comunicarse entre las personas, con cartas, con regalos, con la mirada, con las ausencias…y cómo, cuando te permites mostrarte, el mundo te puede mirar. Lindo relato

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  2. Transité la angustiosa indiferencia de la gente del pasado de Malena y me alegré por el proceso donde ella se reencontraba consigo misma y con los habitantes del pueblo. La dulzura de la historia es verdadero testigo del despertar interior de la muchacha dormida. Plena, rica y cómplice de los sentimientos más nobles que llevamos dentro. Gracias

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