Soledad tenía una costumbre, algo que le parecía normal, pero que muchas veces temía fuera un pecado. Algunos días trataba de convencerse de que no era nada malo y de que todo el mundo lo hacía, pero cuando estaba en misa y veía a la señora que rezaba el rosario no podía imaginarla haciendo lo misma que ella. Tampoco creía que la maestra de la escuela o las clientas de su taller lo hicieran. Día tras día y noche tras noche, Soledad se debatía entre si esa costumbre era algo común o un pecado.
En alguna ocasión pensó en contárselo al cura del pueblo, pero el Padre Celestino era muy estricto y no solo imponía rigurosas penitencias, sino que además solía contar los pecados de sus feligreses en la misa de los domingos, claro que sin señalar el nombre del pecador, pero aún así, Soledad sabía que si el padre mencionaba su pecado durante el sermón, ella ardería de la vergüenza frente a todos.
Un día, preguntó a una religiosa, amiga suya, si estaba pecando por guardar un secreto a su confesor. La monja le dijo que lo compartiera con Dios para tranquilizar su alma. La recomendación le funcionó de maravilla y Soledad empezó a disfrutar de su costumbre cada noche. Decidió llevarse el secreto a la tumba y hubiera sido así de no ser por un accidente doméstico que le costó la vida.
La fortuna quizo que fuera la misma religiosa que le había dado el consejo, la que la encontrara. Y ella, al ver a su amiga desplomada junto a una novela erótica, la recogió, Se la guardó entre los hábitos y rió a carcajadas pensando «¡Lo bien que la hubiera pasado Soledad en nuestro club de lectura del convento! Justo discutimos este libro la semana pasada.»
La pobre mujer hacía honor a su nombre, si se hubiera sincerado con Felicidad, su amiga religiosa, que bien lo habrían pasado las dos juntas. 😁🖐
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Jajajajaaa. Buenazo el final.
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Gracias!!
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